Como en una terracita del café The Lab, un café que se me antoja mejor que los puestos de comida del Centro Co- mercial WTC. Una sopa de lentejas, un crostón con huevo y aguacate y zumo de maracuyá con un cappuccino deli- cioso. Miro el mar al fondo y descubro que es pardo, claro que no es el mar, sino la desembocadura de una río de aluvión, a escala americana. Tomo el Taxi -cada cual hace su recorrido, pero sabes el precio, lo calculas y coincide… no te dan vueltas...cuesta como 160/180 pesos... 4 €-. Llego al Museo Nacional de Artes Visuales, el MNAV con sol. Está al lado de la FADU pero, como los vi en días distintos, no sabía de su cercanía. En la sala de la permanente veo los To- rres García y la obra de Pedro Blanes Viale y la de Carlos Alberto Castellanos que parece a caballoenteladeAngar l- da Camarasa y la de Joaquin Mir. Arriba está Gustavo Vázquez y su exposición Huellas (a lo Clifft) y una antológica de Tabares (cerca de los grafitis de K Haring y el cómic). Coincido con la visita de un colegio (siempre me ha gustado ver los niños pequeños en losmuseos). Les dice el maestro, frente a una colección de cuadros abstractos “Como no se ven personas, ni casas, ni animales, podéis imaginaros lo que queráis”. Y sí, ese es el poder del arte… Imaginar lo que uno quiere. Salgo fuera al jardín. De Améri- ca, si tengo que quedarme con algo me quedo con sus árboles… las ceibas colombianas, los árboles del tule mexi- canos, las araucarias chilenas… Como decía William Ospina en El país de la ca- nela, “América, a diferencia de Europa, no da bosques de un solo tipo de árbol”. 8105t